Cuenta la leyenda que corría el año 490 antes de Cristo cuando un soldado griego de nombre Filípides, corrió desde la ciudad de Maratón a Atenas para anunciar que los griegos habían vencido a los persas en la batalla de Maratón. Todavía jadeando, informó a sus jefes diciendo Nenikékamen, que traducido del griego quiere decir “hemos vencido”, y en buen panameño sería algo así como “les hemos dado plomo”. La cuestión es que el bueno de Filípides fue decir esa frase y cayó fulminado muerto. Aunque la versión popular mas extendida ha querido asociar la muerte de Filípides al hecho de haber corrido esa larga distancia cercana a los 40 kilómetros, se va imponiendo la tesis de que en realidad su muerte fue provocada por heridas previas de la batalla, ya que el tal Filípides parece era bastante "birrioso", y solía correr distancias mas largas con frecuencia llevando mensajes de un lado a otro.
Poco podía imaginar Filípides que su gesta iba a provocar miles de años después una auténtica fiebre en corredores de toda edad, condición y nacionalidad por completar esa distancia, convertida oficialmente en 42 kilómetros y 195 metros bajo el nombre de Maratón. Con pruebas repartidas por todos los continentes, incluyendo Polo Norte y Antárctica, los corredores de Maratón se multiplican, convirtiendo a la misma en la prueba reina del atletismo de ruta.
Para la mayoría de los atletas, el correr una Maratón supone una experiencia inolvidable y difícil de describir, especialmente la primera vez que se cruza con éxito la línea de llegada. Esos momentos quedan para siempre en el recuerdo como la consecución de un gran reto personal.
Porque salvo excepciones, la prueba de Maratón no se improvisa. Ya se trate de un corredor primerizo, o de un atleta de los llamados “élites”, todos siguen por lo general planes de entrenamiento específicos durante meses, fortaleciendo sobre todo la capacidad aeróbica para soportar el duro esfuerzo cardiovascular y muscular durante varias horas. La última semana se sigue un plan todavía mas específico y personal, bajando el volumen y aumentando la ingesta de hidratos provocando que uno tenga hasta pesadillas por las noches de que le persigue un plato de spaghetii. El día anterior descanso total, como mucho un paseito liviano en la feria del corredor mientras uno retira el kit, ve de cerca a sus rivales y hace comentarios sanos sobre sus competidores “fulanito no viene”, ...“mira que gordo se ha puesto este, no llega ni al km 30”, y el machista que nunca falta “buaaa, como está la del Gatorade”.
En la noche la tradicional cena de pasta, - parece que la Maratón la hubieran inventado los Italianos y no los Griegos - y a dormir temprano. De madrugada, otra vez y con los ojos pegados,…que sueño,…el ritual de ingerir casi a oscuras – que no se despierte el esposo o esposa - alimentos tres horas antes del comienzo de la prueba, todos ellos elegidos con cuidado y previamente probados semanas antes, nada al azar,…que si frutos secos, que si galletas, jaleas, chocolates, higos, geles y demás burundangas en teoría muy calóricas, acompañadas como no con bebidas hidratantes de color a cual mas artificial, que en otras circunstancias nos producirían una diarrea severa. Pero es la Maratón y por ella todo se soporta. Con mimo nos ponemos el uniforme, vaselina aquí, vaselina allá, cuidado con los imperdibles no nos pinchemos, tirita nasal como recién operados por el mismo “Dr. Rey”, y pulsómetro en el pecho. Pero todavía no estamos listos. Nos faltan las zapatillas, esas que sacamos de una bolsa con mimo, como recién estrenadas, con toda clase de tecnologías, soportes, y tejidos transpirantes de nombres a cual mas raro pero que siempre terminan en el correspondiente símbolo de trade mark.
Salida, suena el “pum” y la marea de corredores se empieza a dispersar, cada uno con un objetivo distinto pero con la misma determinación final de cruzar la línea de meta al costo que sea, porque en la Maratón no se abandona. Han sido muchos meses aguantando los “grubeos” y sornas de los compañeros de trabajo, amigos y conocidos para tener que aguantar otras semanas mas de risas ante el fracaso.
Meta, medalla al pecho, puffffffffffffff, “esta es la última, quien me manda”, pero luego vendrán mas y mas. Y es que si el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, el maratoniano no deja de pegar trompicones toda su vida. Una vez que prueba la adrenalina de los 42 kilómetros, sin olvidar los 195 metros – que a esas alturas ajooooo parecen un mundo – es seguro que repetirá y repetirá hasta que el cuerpo le diga basta.
Después de la prueba y según van pasando las horas, uno se va poniendo rígido y camina a zancadas como si se tratara de uno de los bailarines del famoso video thriller de Michael Jackson, que por cierto -en paz descanse-. Hasta subir un simple bordillo por la calle se convierte en una odisea. Así nos pasamos varios días, cada vez mas adoloridos y rígidos, porque aunque somos muy aplicados para los consejos y ritos de la preparación pre-maratón y casi los sigamos al pie de la letra, es cruzar la línea final y nos olvidamos de todos los mismos consejos y rituales que hay que seguir después. Y es que quién es el valiente que se pone a estirar, a hidratarse en condiciones, o a recuperar las proteínas perdidas cuando uno está “vuelto leña”.
Es mucho mas divertido ponerse a ver a los demás corredores, y contar nuestras propias experiencias, muchas veces adornadas con pasajes no totalmente apegados a la realidad, como el del corredor fantasma “jo,..un poquito mas y te alcanzo,….te llevaba ahí mismo”,…curiosos esos corredores que siempre van pegados a uno pero nunca los ves – los “corredores Sale”, siempre están en rebajas, descuentan un 5% o 10% de sus verdaderos tiempos, y cuando salen las clasificaciones dicen que se lo tomaron mal, o aquellos otros los “corredores excusa", a los que siempre les pasa algo malo para justificar su bajo rendimiento, “es que tengo un tirón,…es que me sentó mal el guineo que desayuné en la mañana,…es que estaba mal medido,...”, siempre los mismos cuentos.
Pero la mayoría de las corredoras y corredores, son gente normal, sana, dedicada, con gran fuerza de voluntad y afán de superación, a los que sencillamente les gusta correr, algo tan sencillo y a la vez tan mágico y placentero como dar una zancada y luego otra.
Si por un momento Filípides levantara la cabeza desde su tumba, y pudiera ver imágenes tan sugerentes y espectaculares como las de Nueva York, de seguro no podría resistirse a ponerse su pesada armadura y sandalias de cuero, y mezclarse sudoroso entre esa mágica marea de corredores que llamamos Maratón.
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